sábado, 21 de octubre de 2017

Fandanguillos de Lucena del Puerto.

En 1949 Antonio Grau Dauset y Fernando Gravina componen la obra Bailes de Andalucía, interpretada con orquesta, que contiene una pieza más corta denominada “Lucena del Puerto” (fandanguillos) y caracoles. La información que hemos podido recoger de la obra es casi nula, ni podemos apuntar relación alguna de ambos autores con nuestra localidad, aunque alguna hipótesis apuntaremos al final de la entrada, pero es obvio que alguna tuvieron. La mayor parte de la información que manejamos procede de las publicaciones de Ortega Castejón, F.J. y Gelardo Navarro, J. (2011).
A. Grau Dausset
Antonio Grau Dauset es hijo del cantaor malagueño Antonio Grau Mora, el Rojo Alpargatero, apodo derivado del color de su pelo y de su primera profesión, y la almeriense María Dauset Moreno, y hermano del también cantaor Pedro Grau Dauset. Nació en Málaga en 1884, pero de niño se trasladó a La Unión (Murcia), sede del famoso Festival de Cante de las Minas, donde su familia regentaba una pensión que se convirtió en café-cantante donde actuaba su padre.
Muy joven, en 1905, se traslada a Madrid, y dos años después a París. Allí realizó las primeras grabaciones para la casa discográfica Phate y allí funda una pequeña compañía denominada los “Mignón” con una bailaora llamada Angelita y el Bailaor Juan Martínez Peñafiel. Con ellos se desplaza a la Rusia Zarista para actuar en uno de los cabarets de la capital  ante el favorito de la zarina, el mítico Rasputín, sorprendiéndole allí la Revolución Soviética e iniciando un periplo de vuelta por China, Japón, Filipinas y Estados Unidos para huir de la misma.
En 1928 se casa con Rufina Parga y regentará en Madrid una academia “Santo Domingo de Guzmán", y realiza, de nuevo, algunas grabaciones entre 1940 y 1950 bajo el seudónimo de Mignón. Una de ella es la que nos ocupa, realizada para la casa Columbia en San Sebastián. Durante esta etapa interviene como jurado en numerosas ediciones del Festival de La Unión. Muere en Madrid en 1968. Antonio Grau Gauset esté considerado uno de los grandes del flamenco.

PISTA 1: Fandanguillo Lucena del Puerto (orquesta)


PISTA 2: Fandanguillo Lucena del Puerto (guitarra)


PISTA 3: Fandanguillo Lucena del Puerto (guitarra) 


El segundo de los autores, Fernando Gravina y Castelli resulta igualmente interesante, aunque su biografía es casi desconocida. Compositor de no menos de una treintena de obras y numerosas colaboraciones, figura como compositor de alguna partitura de Celia Gámez (Granada Mora) y la cupletista Paquita Alonso (La Castellana). Participa como compositor en dos películas, La hija del circo (1945) de Julián Torremocha, e Intriga en el Escenario (1953), de Feliciano Catalán, cuyo cartel reproducimos, pese a la mala calidad. Muere en Madrid en 1954, según su esquela mortuoria publicada por el ABC.

Poco más hemos podido escrutar en la red y en la bibliografía consultado por ahora, dejando, eso sí, constancia, de que pocos municipios pueden contar con una obra dedicada por dos autores de esta valía. Como hipótesis de trabajo, a falta de una investigación de los especialistas, y pese a lo tardío de las fechas, la relación con el fandango (el término fandanguillos alude a la modalidad de Huelva capital) nos lleva inevitablemente a José Pérez de Guzmán, que como ya sabemos, trabó amistad con numerosos cantaores, artistas, poetas y toreros de la época, a los que solía invitar a la Hacienda de la Luz. Antonio Grau era natural de Málaga y por su cabaret pasaron figuras como José Joaquín Vargas, El Cojo de Málaga (1880-1940), maestro y amigo de nuestro paisano de donde pudo venir el conocimiento. En el mismo sentido, tal vez, e insistimos en que de cante entendemos lo justo, el término fandanguillo aluda precisamente a la modalidad de cante de Pérez de Guzmán, un estilo personal y muy diferenciado de los cantes de la época, o se trate de un homenaje al caballero-cantaor que para los foráneos pudiera ser interpretado como propio de nuestra localidad.

Ortega Castejón, José F. y Gelardo Navarro, J. (2011): "Los fandanguillos mineros de A. Grau, "Rojo El Alpargatero" hijo. Revista de investigación de Flamenco La Madrugá, nº 4, Universidad de Murcia.

sábado, 14 de octubre de 2017

El cementerio viejo de la Plaza Nueva.

Históricamente las iglesias habían sido los lugares de enterramiento tradicionales de nuestra localidad. En época medieval, hasta el siglo XVI, tenemos constancia de un cementerio extramuros de la parroquia en el lugar que hoy ocupa la torre de la entonces denominada iglesia de Santa María, que recordemos se encontraba exenta de los edificios aledaños por la denominada calle “del patio”. Desde que existe documentación parroquial, los que tenían capital se enterraban en el interior, lo más próximo posible al altar mayor o a sus devociones particulares, y los pobres lo hacían de limosnas en la Misericordia. De ambas instituciones se conservan en la cuentas la excavación de tumbas y el “salado de sepulturas”, es decir, la preparación de las mismas con cal viva para acelerar la descomposición de los cadáveres, por lo que posiblemente, y alguna referencia hay al respecto, se utilizaran osarios para habilitar espacios de enterramiento, dado lo corto de los solares.
Pascual Madoz a mediados del siglo XIX informa en su diccionario de la existencia de un cementerio extramuros de la localidad. Y resulta extraña esta afirmación puesto que aunque el Diccionario se publicó entre 1846 y 1850, su información es anterior, y uno de los libros registros de correspondencia recoge en una comunicación de 1846 que es el único municipio de la provincia que carece de Cementerio y  continúa enterrando los cadáveres en la parroquia. 

Plaza Nueva (actual Plaza de Andalucía), solar del cementerio viejo.

El párroco Antonio Miguel Carmona nos informará posteriormente en una carta de la Orden de su Majestad para la construcción del cementerio y el presupuesto establecido por el municipio, de 10.175 reales, 26 maravedíes, aprovechando para recordar a los regidores la perentoria necesidad del mismo para la salud pública y que las “miasmas feturosas exhaladas por los cadáveres sepultados en su iglesia parroquial darán lugar a que en la estación presente se alejen los fieles y no concurran al sacrificio de la misa”. Una comunicación posterior al Arzobispado, inserta en el mismo registro, informa que el sitio designado para su construcción es los Villares, solar propiedad de la Misericordia, lugar a propósito y de menor perjuicio a la población.
Sabemos, además, y por la misma fuente, que en agosto de ese mismo año está ya prohibido dar sepultura en la Iglesia, aunque se permite en la ermita de la Misericordia, hasta construir el cementerio. Pese a ello, este mismo mes, el Sacristán es sorprendido abriendo sepulturas en la parroquia, hecho calificado por el Alcalde de escandaloso, dándosele traslado al Jefe Político de la provincia para su sanción.
De nuevo, una comunicación del Ministro de Gracia y Justicia conservada informa de la consignación de 5.870 reales y 30 maravedíes para la construcción y en 1850 el registro informa del comienzo al expediente del cementerio, comunicando que, mientras tanto se concluye, aunque se habilitó el local de la Misericordia, ahora convertido en escuela, “se ha procedido a formar un cuadro de paredes en el centro del terreno señalado para hacer el cementerio que sirva provisionalmente para hacer en el enterramientos...”. En 1851, y este debe ser el cementerio a que se refiere Madoz, no admite más sepulturas, está lleno. Finalmente el Boletín Oficial de la Provincia de Huelva de fecha 4 de febrero de 1853 comunica el remate en pública subasta de las obras que debieron ejecutarse de manera inmediata.
Aunque en ningún documento se aclara, este es ya el cementerio de la Plaza Nueva, el Cementerio Municipal, que a tenor de la información que poseemos, debió reducirse en origen a cercar parte de un solar, denominado de las Perreras, cuya titularidad y origen desconocemos. En la documentación posterior, ya del siglo XX, este solar incluía la Plaza Doñana y la Guardería, el solar del Parque Infantil el Principito, el del Centro Cultural, la Plaza Nueva y al menos las tres primeras casas colindantes a la plaza de la acera de la derecha.
No parece, aunque poseemos poca documentación al respecto, que el cementerio recibiera más inversiones municipales a lo largo del siglo XIX. Es más, en 1859, tan sólo seis años después de las obras, las actas capitulares nos informan del abandono grande del cementerio rural de esta villa,

“.... en el que se depositan los cadáveres sin orden, al capricho de los vecinos interesados en ello, de que resulta grandes perjuicios y ningún  respeto a sus restos mortales..”

Por ello, el municipio acuerda nombrar un guarda que se encargue de rozar la maleza de marzo a mayo, con la obligación de asistir a los entierros y señalar las sepulturas, que deberán pagarle, en el suelo, de cuatro o dos reales, según las abran el guarda o los dolientes, y en los hornitos, a cuatro reales, sean de adultos o niños, “no permitiendo, bajo su responsabilidad, que los hornitos se hagan en otra parte más que en la pared que da al camino de la Fuente Nueva, o sea la parte del sur, siguiendo el orden y husos que lleva su dirección a otros frentes por el levante....”. En el mismo sentido, los regidores ordenan abrir una sepultura para recoger los huesos que vayan saliendo del suelo, lo que indica de nuevo un desorden evidente. Esta sensación, se hace más perentoria pasados los años, puesto que el municipio reconoce tan sólo unos años después que no ha sido posible introducir la costumbre de hacerles pagar los “muy módicos precios” establecidos.
En 1863, a menos de una década de su inauguración, se reitera el nombramiento de guarda, ahora pagado por el municipio,  con similares obligaciones a las anteriores y otras  que, de nuevo, nos sorprenden: obligatoriedad de cerrar los nichos con ladrillos y yeso, respetar la profundidad de al menos cuatro pies en las sepulturas, impedir la realización de figuras o “rayas” en las paredes, además de cobrar  y seguir el orden de los enterramientos. La reiteración de las medidas indica que no eran seguidas por los vecinos.
La incapacidad del cementerio y el desorden parece que fue la tónica general del mismo hasta que se retomó el asunto en la Segunda República, con el fallido intento de d. José Pérez de Guzmán de donar sus terrenos de la Monteruela para este uso. En 1944 el crecimiento urbano del municipio ha absorbido el camposanto y a partir de 1948 no se realizan nuevos enterramientos y se trasladan cadáveres a la zona de nichos del lateral izquierdo. El 31 de enero de 1956 se otorga un plazo de 30 días para el traslado de los restos  que quedaban y un año después se informa de que se han ocupado todos los nichos existentes en el nuevo, ordenando en la misma acta que se proceda a la demolición urgente del viejo cementerio por su estado ruinoso. En octubre de 1957 se presenta la cuenta de los gastos “de la monda” de sus muros en los que se habían obtenido 90.000 ladrillos, de los cuales 55.000 quedaron para el Ayuntamiento, que los empleó en nuevos nichos, y 35.000 para el Obispado, según se deduce copropietario del camposanto. Entre 1960 y 1961 en su lugar se construyó la Plaza Pío XII, actual Plaza de Andalucía en una zona ocupada por amplias dotaciones públicas.


viernes, 13 de octubre de 2017

La era de San Sebastián.


El 7 de marzo de 1862 la corporación municipal presidida por d. José María Gómez informa que ese año no se había presentado ningún devoto voluntariamente a desempeñar la función de Mayordomo del Patrón San Vicente, ofreciéndose el Cabildo, asociado al señor cura don  Manuel del Catillo, a ocupar el puesto. En 1860 ya hubo problemas con el que parece fue el último de los mayordomos de los que tenemos constancia, d. Rafael de Mora, que a decir de los capitulares omitió el refresco de las autoridades, pese a la cuantiosa limosna. No obstante, en la fecha el hecho debía ser excepcional, mostrando los señores presentes preocupación en cumplir “con el fausto correspondiente” la Función de Iglesia y nombrando el habitual depositario de limosnas, en el Concejal Jerónimo Pulido, e Interventor, en el secretario Rufino López de Castro. Sin embargo, en el transcurso de la sesión intervendrá el también Concejal Manuel Borrero, ofreciendo la colaboración de su hermano José Borrero Herrera, devoto del patrón que ofrece:

Altos de San Sebastián en su aspecto actual.

“hacer dos heras (sic) para el servicio común de vecinos pobres de esta villa, situándolas con todas las comodidades necesarias en el sitio nombrado cabezo de San Sebastián con el fin de que el Ayuntamiento, en el caso de acceder a ello, pueda establecer reglas productivas en beneficio de la función que cada año se lleba (sic) a efecto en su solemnidad, y siendo de su cuenta, cargos y riesgos todos los gastos que les ocasionen este proyecto”

El Pleno desde luego autoriza el proyecto, e incluso en beneficio de los pobres pegujaleros para el próximo verano, establece que las eras se formen por vía de limosnas a razón de medio almud de trigo, cebada o centeno hasta diez fanegas de trilla que se saquen en limpio y un almud de diez para arriba.

Sin lugar a dudas la ubicación era la mejor posible por la marea que viene del sur, ideal para aventar los cereales, pero llama la atención la ubicación sobre tierras que aunque fueron “exido” de la localidad y corral del Consejo, no tenemos constancia de que fueran tierras municipales, sino de la Misericordia y de particulares. Y al menos una de estas eras, o lo que quedaba de ella, se situaba frente a una cancela de hierro que poseía la finca hasta no hace mucho y seguro que recordarán las personas mayores. Más cercana en el tiempo, otros recordarán que en la Plaza de Toros se ubicó otra de ellas y se realizaban labores de trilla también habituales. Era lo propio de los pueblos.