jueves, 31 de agosto de 2017

Los molinos perdidos del Tinto.

La Real Provisión de los Reyes Católicos de 1500  por la que se apodera a los frailes jerónimos de la Luz alude expresamente a los molinos de Diego de Oyón, y más concretamente, a “tres paradas de molinos que son en Rio Tinto, cerca de dicha heredad de Parchilena”. No pueden ser, pues, ni los molinos de aceite, ni el molino de viento de las descripciones del siglo XVIII. Por  la localización  debieron ser molinos mareales de los habituales en este río, al menos hasta San Juan del Puerto, puesto que los de Niebla son de otro tipo.
Zona de ubicación del Molino de la Isleta

Los cambios de cauces en el río, aun visibles, y el aterramiento de sus márgenes  entre los siglos XVI y XVII acabaron  por cegar a todos ellos, que se perdieron, perviviendo algunos de sus restos. Un arrendamiento de cañamales de 1674 por el que el Monasterio a Andrés Pérez Mocho y Juan Caballero diez fanegas al sitio de la Ruiza, localiza la suerte,

 “..... enfrente del molino perdido y linde con los Taraes (Tarajales), donde se incluien ocho corralillos, cuatro de a fanega y media y quatro de a media fanega para sembar este año...”

Y no se había perdido mucho la memoria, puesto que en otro arrendamiento también del Monasterio de 1628 es denominado como molino de pan de la “Ysleta”, localizando la suerte de tierra entre los dos charcos que lo abastecen. Uno de los muros de abastecimiento de este molino y parte de la cimentación siguen en pie, medio enterrados, en el margen del río, muy próximo a uno caminos que conducen a Lucena.
El segundo de los molinos, más próximo a la hacienda, creemos que se encontraba en lo que las fuentes contemporáneas denomina la pasada de Candón, entre lo que los iliplenses denomina arroyos del Puerto y Sequillo, y que nosotros no hemos sido capaces de localizar. La referencia se encuentra en un acta capitular de 1861 que transcribe una mojonera entre ambos municipios, que es copia de otras anteriores, y la hacen los vecinos de Niebla, en alusión al noveno de ellos:

“..... que había de encontrarse el mojón citado junto a un molino perdido, cuyo mojón aunque se renovó en mil ochosientos treinta y nueve se habrá desecho por ser de tierra solamente”.

Los representantes de Lucena lo niegan, entre otras cuestiones porque llevaba los límites de Niebla a este lado del río, e incluso pensamos que podría tratarse del de la Isleta, si la citada pasada y arroyo no se encontrasen tan alejados. Los representantes de Lucena identifican claramente el arroyo Candón, en el lugar del Toconal, camino que va al vado,

“en el sitio en que por su proximidad al río Tinto, tiene dos crecientes y dos menguantes en cada día y a la hora de las mareas”

Es decir, el lugar ideal para la ubicación de un molino mareal y uno de los últimos puntos de calado, en las proximidades de donde ya hemos ubicado uno de los cargaderos de carbón entre los siglos XVI y XVII. A este molino podría hacer referencia la toponimia, ya que el al arroyo Madre de la Luz es también conocido como arroyo del Molinillo.

Restos del muro de alimentación del molino de la Isleta (Fotografía de Carlos Barranco Molina: Los puertos perdidos del Tinto: un enfoque multidisciplinar, 2012)


Del tercero de los molinos de Oyón no poseemos constancia en la documentación local, aunque alguna referencia parece que se encuentra en el Archivo Municipal de Moguer en los amojonamientos, dada la proximidad a los límites del término. En el referido deslinde de 1861, se alude de nuevo en el mojón 11 al camino que va al arroyo del Caballón y el Molino del Castaño, pero desconocemos el topónimo, y podría tratarse de alguno de los molinos de Moguer, como el Balufo, que se encuentran muy próximos a los límites del término. No obstante, en el alegato “sobre deslinde de términos de Niebla y Lucena” del abogado Manuel Pérez Hernández, de 1847, que manejó los deslinde antiguos del siglo XVI, XVII y XVIII, sitúa el mojón número 14, y último, en “un altozano o samatén en las aguas del Candón, cerca de la casa de Hollón, Altón o Ayllón, y del puente de Cantillana”, donde también fenece el término de San Juan del Puerto. Obviamente, no cabe duda, habla de la casa de Oyón, tal vez, el molino de Oyón, cuyo nombre fe incapaz de transcribir de la caligrafía de estos siglos. Pese a todo ello, hemos de admitir que la referencia tampoco es muy certera y su localización ofrece serias dudas. Incluso podría tratarse del Molinillo que hemos citado anteriormente, ya que en esta zona el curso del río se ha mostrado muy móvil con varios caños, uno de los cuales, en derechura, sitúa la desembocadura del arroyo Candón, frente a la Madre de la Luz.
No parece que ninguno de estos molinos sobrepasase el siglo XVI y pronto los vecinos de Lucena no tardaron en arrendar o poseer molinos en Niebla (Luceñuela, Centeno), Moguer (El Balufo) y Villarrasa (Juan Martín, Juan Muñoz). Las actas capitulares contienen dos peticiones de 1602 que hacen referencia a dos provisiones del Duque:

“..... que la una pide licencia a su señoría para hazer un molino al sitio del Palmarejo, y la segunda, en que pide que le dé la dicha licençia en el arroyo del Caño al agua del Juncalejo. Y su señoría manda, por su probisión, que se le embíe si ay contradiçion a ello y el perjuicio que da dar dicha licencia viene, y a quién, y quién lo recibe, y para que mejor se sepa lo susodicho se apregone, y vistas las dichas provisiones por los Alcaldes y Regidores dixeron que las obedecian y obedecieron......”

No nos consta la construcción de ninguno de los dos molinos, aunque dan que pensar los muros del Palmarejo, que pudieron ser reutilizados, y el topónimo Molino, próximo a este arroyo. El Consejo parece que siempre se mostró partidario de instalar molinos en los arroyos que rodean la población, corrientes todo el año, como manifiestan en informaciones diversas, pero no se localizan restos, ni testimonios. Es más, un informe del Síndico del Común y Diputado de Abastos de 1774 pide licencia para almacenar 25 o 30 fanegas de harina del pósito, suficiente para abastecer el pueblo seis o siete días, a causa de haber,

“experimentado en el temporal del mes pasado, por razón de las aguas, el común bastantes hambres y necesidades por causa de que los molino de este río, luego que se llena, se aguan  y no pueden moler, además de que el camino para ir a ellos son barros que con poca agua se ponen intransitables, por lo que aunque haya trigo sobrante en los pósitos y graneros de particulares, como no hay prevencíón de harina, se experimentan todos los días hambre...”

Se refiere, obviamente a los molinos de Niebla y Moguer, ya que en esta fecha un informe posterior (1777) sigue reiterando las necesidades, más explícito si cabe que el anterior.

“.... hay próximos a él, como a medio quarto y uno de legua dos arroyos corrientes en verano e Invierno, llamados el del Caño y el de Gelo, con bastantes aguas, dizen los naturales, especialmente el primero para hacer moler un molino en todos los tiempos cada uno; el establecimiento de estos, o al menos uno sin los riesgos de frecuentes descomposiciones, de aguarse, y otros que suelen ocasionarseles, que no pueden ejecutar fácilmente por ningún vecino por su cortedad de caudales, y dificultad de compreda de tierras y otras que a ellos serían difíciles de superar, sería tan beneficioso al pueblo, sin pérdida;  si mucha utilidad del dueño, quanto que no experimentaría las hambres y faltas de pan que suelen ocurrir en verano por escases de agua con que muelan los molinos de Niebla donde se va a moler, y en invierno, por abundancia de ellas, que las aguas con cualquier avenida del río, el que quitando el paso, y poniendose además los caminos, salidas del pueblo, por ser de tierra esponjosa y de hoxeo..... muy fatales y penosos, impiden todos estos inconvenientes abastecerse de harina, y el pan necesario resultando de aquí encarecerse este con frecuencia y lo peor no hallarse, como ha sucedido en este inmediato temporal pasado y se experimentó también el verano pasado, teniendo que ir muy lejos a moler el trigo.....”


Para este periodo sólo tenemos constancia de un molino de viento de una piedra  que se cita  como propiedad de eclesiástico en el Catastro de Ensenada y que podría ser el mismo que aparece en los registros de obras pías y eclesiásticas del Archivo Municipal como propiedad del Monasterio de la Luz. Parece además, dado que en el inventario de la exclaustración no aparece ninguno de estas características, ni existe rastro actual de él, que podría estar ubicado en las inmediaciones de la actual Plaza de Parchilena, en la zona conocida como Molino de Viento.

sábado, 26 de agosto de 2017

Toponimia documentada (siglos XVI-XIX)

De la toponimia mayor de nuestro término nos hemos ocupado ya en alguna ocasión en trabajos anteriores, especialmente la relacionada con el poblamiento y los antropónimos (nombres de personas), la mayoría de ellos en uso en la actualidad y poco dados a los cambios. Por contra, la toponimia menor, la de lugares, se muestra enormemente variable, espacial y temporalmente, tratándose en su mayor parte de topónimos de origen desconocido, nombres comunes o derivados de características físicas del lugar, que se han perdido o variado en la actualidad.

Fotografía aérea de los alrededores del pueblo de 1956.
Entre los siglos XVI y XIX hemos recogido no menos de 600 términos, la mayoría en desuso y difíciles de rastrear, y aún más difíciles de localizar, algunos de ellos populares y muy interesantes, como la Cruz del Muladar del que ni en sueños podríamos imaginar que derivaría en “Cruz Moleá”. No caben aquí todos ellos, por lo que nos detendremos en los más significativos.
Sin entrar a avalorar la importancia de esta ciencia, por ejemplo para la arqueología, desde el punto de vista geográfico la toponimia ayuda a conocer la historia del territorio, su explotación, recursos, o las especies vegetales predominantes, entre otras cuestiones. La sucesión de espacios pasados da lugar al espacio actual, conviniendo, pues, que ambos se convierten en fuente de información histórica (temporal), geográfica (espacial) y cultural.
Y en este sentido, en los tres aspectos resaltados, lo primero a reseñar es la diferencia cuantitativa y semántica entre los topónimos de la campiña y de los montes, que en cierto sentido vienen a confirmarnos la apropiación histórica del lugar por el grupo. La toponimia del sur es escasa en relación a la campiña, apenas posee nombres propios y las referencias son vegetales, animales o accidentales, comenzando por el nombre genérico con el que se conoce a toda la zona, Madrona y Valpajoso, que en realidad son dos topónimos, la madronna (la Madroña), cuya abreviación de la doble n con su rabito dio lugar a Madrona, y Valle Pajoso, valle de espigas.
La toponimia antigua ha variado poco en esta zona, consecuencia de la baja ocupación del territorio: las Puercas, Mojón Blanco, Palomera, Avispero, las Rozas, las Cosechas, Espartillos, Gavilán, Palmarejo, Halconeras, Peñuelas, Donoso (que tiene gracia y donaire, terreno exuberante) además de los más desconocidos de Verdinal (terreno que se conserva verde, aún en verano), Lomero de los dos pies o Cabezada del Fraile. Tal vez, toponímicamente lo más significativo sean las algaidas, un término de origen árabe (al-gaida, la breña, la selva) según Molina Díaz propio del Condado de Niebla que alude a un terreno lleno de matorrales espesos o en cierta forma de médano, un terreno arenoso cubierto de ramas o paja. En nuestro caso documentamos al menos cuatro, la algaida de las Veredas,  algaida de la Fuente Empedrada, algaida que va al Ojuelo (Antropónimo) y algaida Larga, cuya localización nos son absolutamente desconocidas y, en el caso local, podemos apuntar que están ligadas a los corrales de colmenas y juntas de pastores. Creemos, además, que el topónimo puede aludir ente los siglos XVI y XVII más que al terreno a las casas cubiertas de paja propias de los pastores, como apunta Corominas para el compuestos Casa Algaida. La actual denominación, o al menos lo más equivalente, sería majada, que no sólo no se documenta históricamente, sino que lo más perecido es el término Majal (Majal del Palmarejo) que no sabemos si es equivalente.
Los únicos topónimos documentados históricamente que contienen antropónimos seguros son el arroyo de Don Gil y el Gago, una palabra de origen francés castellanizada que podía traducirse por gangoso, tartamudo o senil, y que tiene en la campiña, al límite de Niebla, en su versión femenina, la Gaga.
En la campiña, y dentro de ella especialmente en la vega, la toponimia se densifica, muy ligada a los cursos de agua que descienden de la meseta del Condado y los pequeños valles fluviales que se forman, de donde surge el apocope val: Val de Álamos, Val de Yelgos (baya silvestre), Val de Agujas, Val de Herrerías, Val de la Liebre, Val Perdido y el principal, Valbuena, todos ellos prácticamente en desuso, excepto el último que alude a la famosa cuesta o camino de la Talanquera. Igualmente en desuso están los vados, vado del Acebuche, Vadillo Palo, Vado de Marisuárez, Pasada del Lobato, vado de las Tablas y pasada de la Torre, un topónimo interesante porque algún resto o escombrera debió quedar y que se repite en la dehesa de la Torre y sitio de la Torre, inmediatos a la pasada.
Entre los arroyos resultan interesantes los del  Horcajo, un topónimo muy utilizado en Castilla que alude precisamente a la confluencia de dos arroyos o montes, también desfiladero, derivado de la palabra latina furca, horca u horquilla, y que también aparece reflejado como el pago de los Arroyos, y Gelo, una palabra que según Julio González (1951) podría derivar de la latina Guillo (vasija, tinaja) y que no supieron transcribir ni musulmanes, ni cristianos, utilizando su forma fonética. Son también importantes  porque los topónimos se han perdido el arroyo del Bosque y la pontezilla (puente pequeño) denominaciones del arroyo del Caño, y el arroyo de Basiatalegas cuya localización desconocemos. Relacionados con el agua pero no corriente documentamos el topónimo Sifuentes, del bajo latín centus fontes, cien fuentes y que alude a la abundancia de agua y manantiales.
En esta misma zona de campiña las referencias a la topografía son también constantes, pues aunque se trata de una zona de baja altura es relativamente tortuosa en detalle. Aparecen La Monteruela (femenino por ser dehesa), las Mesillas, Las Cabezadas, las Asomadas, cabezo de la Albina (albina alude a tierra blanca) o la Longuera (aludiendo a la forma), y más interesantes los términos La Escalona, aumentativo del latín scala, que podríamos traducir por escalón, y el Lora, palabra de origen musulmán, Lawra, relieve que forma grandes mesas.  Topónimos relacionados con características físicas del terreno son el citado de la Albina, Secadillos (terreno seco), Los Asperillos, los Barros y Berrasal, una palabra de probable origen local que se refiere a un terreno resbaladizo y que hemos visto emplear históricamente.
La relación de topónimos relacionados con la vegetación o cultivos es también muy amplia, el Pimpollar, el Carrascal (también los Carrascales y Carrascal de Ambrosio), Almendral, los Chopos, Los Granadillos (también nombre de Arroyo), los Alamillos, Los Perales, los Retamales, sitio del Pino, el Bosque, el Prado, Higueral, Viña Vieja, Chaparral, Fresno, El Palmar, El Palmarejo, Hinojales, Palomar o los Posillos entre otros. Recogemos, además, algunos topónimos relacionados con animales y los aprovechamientos como Zorreras, Ortezuela (o Hortezuela) y Horteruela (diminutivos de Huerta), Colmenillas, Corchito y Corchuelo, relacionados con la apicultura, Pie de Burro, las Perreras. Resultan interesantes en estas denominaciones el Texar (Tejar), los hornos propiedad del municipio que siempre existieron en la Pasadera y cuyo topónimo se perdió bajo esta denominación, y Tejarejos, Lagarejos y Tinajería. Entre estos últimos, debemos destacar el Hornillo, en realidad, La heredad del Hornillo, una finca con frutales, pozo y casa de campo que tenemos documentada ne el siglo XVI y pasó a denominar la zona.
Los antropónimos están también muy presentes en la Vega. Maricalva en el Puerto y el vado de Marisuárez, además de las dehesas de Soto y Mármol, son utilizadas como georeferencias casi obligadas en la zona, pero también aparecen las suertes de Abendaño y Abendanillo, La Guerrera, La Vega del Garbín, Corral de Juan Fernández, la tierra de los Bellerinos, el Vínculo de Ventura Coronel, o el vínculo a secas, el Pinzón, el Sánchez, Huerta Cabrera (también fuente), el Oraque o la suerte de María de Portugal, propia del Marqués de Saltés, hijo del duque de Medina Sidonia. Otra topónimo la Duquesa está bien documentado que fue adquirida por Isabel de Fonseca en 1494, la madre del ilegítimo tercer Duque de Medina, al que le fueron legadas las tierras tras el reconocimiento de Juan de Guzmán. En esta tipología, dos posible antropónimos son el El Migallete o Mingalete (camino del), de Mingo o Mínguez, y El Saura.
Por el contrario, tenemos constancia de un numeroso grupo de topónimos cuyo  significado u origen desconocemos. Este es el caso de uno de los denominados mayores, Berrugente, una aldea medieval en término de Moguer, muy próxima a la Luz, y en Lucena un camino, que aparece citada en la documentación local del siglo XVI como Berruguete y Herrugente. También son un misterio los topónimos Marzagalejo (de Marzagón o Marzagán),  Hijarrillo, que parece nombre propio, y Chinchina, también posible antropónimo y romano. Interesante es también, por lo que implica, el sitio de la Rehierta, limítrofe con Moguer, aunque de localización imprecisa, al igual que el Perulejo, en los baldíos en Lucena o Rociana, que tanto podría aludir a riqueza (de Perú) como ser una deformación de Perulero, un tipo de vasija de barro panzuda y estrecha de boca.


La dote de Juana Domínguez

No es infrecuente que las instituciones o los poderosos doten a doncellas pobres y poseemos numerosos ejemplos de ello.  Incluso hemos hecho alusión en este blog a las dotes otorgadas por la Hermandad de la Misericordia y hemos de reconocer que la casuística es amplia y variada, por lo que, a priori tiene poco de particular el documento que presentamos a continuación.

Juana Domínguez, Hija de Y(nés) Rodríguez y Martín Sánchez, vecinos que fueron de Lucena, ya difuntos, y mujer de Lorenzo Martín Gavilán, y en presencia del él, otorgan poder el 16 de marzo de 1536 a Cristóbal Martín Gavilán para que en su nombre pueda recibir de Gonzalo Muñoz, Alcalde de la Villa de Niebla y recaudador del Duque, su señor, cuarenta ducados que montan 15.000 maravedíes,

“..... por virtud de una provisión del Duque, mi señor, firmada de su señoría, y refrendada de Pedro Núñez Cabrera, contador de los libros de su señoría, de la dicha cantidad con que por culla pareçer haze merced y limosna dello a mi, la dicha Juana Domínguez, para ayuda a mi casamiento y para que por nos y en nuestro nombre pueda de presentar la dicha provisión de su señoría......”

Los 440 reales (40 ducados) constituyen una cantidad importante en el primer tercio del siglo XVI que se sitúa en la media de estas primeras dotes documentadas en este periodo, y con la que se podían comprar 6 vacas o 5 bueyes, unas 3000 cepas de viña o una casa mediana. Nada de esto es infrecuente, ni anormal.
El interés por este documento reside, además de ser una de las dotes más antiguas del Archivo, en que pone en relación al Duque con Lorenzo Martín Gavilán (o Borrero), armador de la Nao Nuestra Señora de la Luz, o para ser más exactos, a su mujer, Juana Domínguez, que tal vez, entrara al servicio del señor y por ello fue dotada por el mismo. Como quiera, además, que lo que se pide es el cumplimiento de la merced y que esta sólo se ejecutaba una vez consumado el matrimonio, indirectamente tenemos la fecha del mismo, inmediato al hecho causante de la escritura. Además, al aportar las referencias familiares de Juana ahora tal vez podamos localizar otros documentos dado que no es infrecuente el cambio de nombres y el uso de apodos y aditivos 
La pareja residió en Nuestro pueblo entre esta fecha, 1536, y al menos 1554, data del nacimiento del último hijo llamado Blas.