sábado, 30 de diciembre de 2017

El conflicto por la aldea de Berrugente

Las villas de Niebla y Moguer mantuvieron en la segunda mitad del siglo XV varios enfrentamientos y pleitos sobre términos, a pesar de la sentencia y amojonamiento que en 1478 se llevó a cabo  por ejecutoria la Real Chancilleria de Valladolid. No debería haber qué reclamar, pero la aldea de Ferrugente y “las casas e alcarias” de su valle, habían sido entregadas originariamente a Niebla en el amojonamiento de 1335, según expresamente se recoge en documentación y, por alguna razón, debió ser poblada por vecinos de Moguer, que se apropiaron de ella.

Por si ello no fuera ya de por sí suficiente, la aldea se encontraba muy próxima a Parchilena, con la que posiblemente entraba en competencia de pastos y aprovechamientos,  y esto, desde luego, no estaba dispuesto a tolerarlo Diego de Oyón, corregidor de la villa de Niebla, que tomó cartas en el asunto en 1486 según declara el procurador de Moguer:

“ Un día del mes de mayo que agora pasó, deste presente anno, el mayordomo del Consejo de la Villa de Niebla, e con él çierta gente armada de pie e de caballo, e diz que entraron los términos de la villa de Moguer e un valle que dizen de Berrugente, lugar tenido público e notoriamente por término de la dicha villa, e cortaron e talaron las vinnas e majuelos e arvoles que en el dicho valle estaban puestas e antes de que la dicha villa lo supiese, commo siempre lo ha hecho, viniendo de noche escondidamente a destruir los términos de la dicha villa”.  

La acción de fuerza dio lugar a un largo pleito, pero la villa de Niebla no alcanzó justicia, puesto que la posesión de Moguer fue confirmada  por sentencia de los Reyes Católicos por incomparecencia y en rebeldía  en 1490, y en previsión de mayor conflicto,  ya habían ordenado que se amojonaran de nuevo las lindes entre los dos términos unos años antes. En grado de revista en 1492, de nuevo los Reyes Católicos, libran ejecutoria a favor de Moguer a pesar del alegato del vecino de Lucena Cristóbal González de Montemolín, a la sazón procurador del Duque, que alega la inexistencia de término propio de la Villa de Moguer, antigua aldea de Niebla, y reitera, con base en la mojonera de la mojonera de 1335, la petición de posesión de:

 “.... Las tierras, montes, prados, pastos e aguas e dehesas de la dicha aldea de Ferrugente, con todo lo que dicho es, que dentro de los dichos términos está, fuera e eran suyos de la dicha villa de Niebla y su condado, e del dicho Duque como Conde, e por tales lo avían tenido e tenían e les pertenesçian.”

En el referido pleito el duque ya fue condenado a  unas elevadas costas, siendo de nuevo penado en 1494, en grado de tercera revista, con los gastos judiciales. En 1500 estas aún no estaban  satisfechas, ni pagadas, y continúan los problemas de la mala vecindad, ahora mezclados en la zona con los de la fundación del Monasterio de Santa María de la Luz en Parchilena.
El testamento del III Duque de Medina Sidonia nos informa de que tenía planes propios para la aldea, pues manifiesta que“tenía pensado de hazer allí un lugar cerca del término de  Moguer, de que aquellos frailes les verná compañía e provecho”, lo que nosotros solo podemos interpretar como el deseo expreso de Juan de Guzmán de frenar el expansionismo de los moguereños en esta zona.
Dos de los topónimos locales antiguos aparecen relacionados con la aldea. El primero es ya conocido, el camino de Berruguete, deformación tras el paso de los años del topónimo, y el segundo, el lugar de la “rehierta”, un sitio indeterminado entre el cabezo de la Luz y el camino de Moguer que se nos antoja tuvo mucho que ver con este conflicto.


martes, 26 de diciembre de 2017

Maravillas y portentos en Santa María de la Luz de Parchilena.

No se puso mucho cuidado en los orígenes de la fundación del monasterio de la Luz en recoger relación de las hazañas de sus hijos que florecieron en religión y virtud. Y habiéndolo hecho casi cien años después, “obligados de mandado, y obediencia”, el padre Siguenza en la Historia de la Orden de San Jerónimo nos descubre “un numeroso escuadrón de los que en esta era por aquel desierto han conquistado el cielo con hazañas de grande edificación”.

Hito de los alrededores del Monasterio.
Marca el límite de la protección.
La  propia fundación  del  monasterio  se  nos  muestra como  un  prodigio,  puesto que hemos de recordar que tras  aceptación  del  Duque  de  Medina  Sidonia de la misma,  la  venida  de  la  Virgen de la Luz se presenta como un misterio propiciado por dos tiernos mancebos, que  dijeron  llamarse Gabriel  y  Rafael,  entregaron la imagen y  desaparecieron.  No cabe  duda,  que era esta una forma de consolidar la erección, una seria advertencia de una fundación querida por Dios y por la Virgen, que refrenda con la misteriosa  aparición de los Arcángeles su voluntad. La posterior romería y feria de la Luz en la Candelaria vendía a confirmar la devoción y el culto popular.   A  lo l argo de los siglos hubo otras maravillas.
Fray Cristóbal de Santa María, natural de Navalmorcuende, junto a Talavera (Toledo), es descrito como un individuo caritativo y humilde, cuya principal virtud fue la castidad. Durante 22 años se abstuvo de salir a poblado y de decir misa en la iglesia los días en que había mujeres, huyendo del huerto si aparecía alguna, pero no por la puerta, sino saltando el vallado, por no verlas, ni oírlas, hasta tal punto que sus hermanos afirmaban con rotundidad que “salió de esta vida tan entero, como salíó de el vientre de su madre” (sic).
Era muy devoto de la Virgen, de la que tenía en su celda una imagen, y otra del niño Jesús, a los que componía villancicos amorosos que recogió en un libro, que sin embargo, nunca vieron sus hermanos. Practicaba la oración en su celda y se mortificaba con cilicios, sufriendo numerosos achaques, especialmente unas llagas en una pierna que le afligieron todo un año. Llamado el cirujano de Moguer, por orden del Prior, diagnostico que estaba encancerada y era necesario cortar parte de la carne, tornando a Moguer a por las herramientas y medicamentos para el día siguiente. A pesar de la gravedad y peligroso de los males, el Siervo de Dios bajó aquella noche a la capilla mayor a hacer oraciones a Nuestra Señora y encomendarse por completo a ella:

Cabecera de la Iglesia monacal.
 Untose tres vezes con el aceite de la lámpara, que arde delante del Altar mayor, donde está la Santa Imagen, y después se fue a dezir missa con gran confianza. A la mañana volvió el cirujano, y queriéndole curar, no lo consintió, hasta que el prelado se lo mandó, y descubriendo la pierna, se descubrió en ella un prodigio, pues se halló sana y buena con admiración de los que assistían, y especialmente del cirujano, que el día antes había visto el gran riesgo en que estaba. Dieron mil gracias a Dios, y su Madre Santísima, y el Varón Santo con este nuevo favor, prosiguió con indezible fervor la carrera de sus virtudes, hasta que de sesenta años y más de edad, se fue al cielo a recibir de ellas el premio, y especialmente de su virginal pureza, flor que en aquella hora de su muerte esparció sus fragancias, pues la enfermería donde estaba se llenó de un olor suavísimo, como de rosas, anuncio de las que gozaba su alma en el Jardín de la Gloria.”

La fragancia de la enfermería es el olor de santidad, un olor agradable a rosas que no se sabe de dónde procede, pero que la iglesia católica identificó durante años con la santidad y la presencia de la Virgen en el lecho de muerte. Es, pues, un milagro que anticipa el jardín de la gloria y refleja las virtudes del fiel que se manifiestan claramente en el texto.
Fray Bartolomé de Salvatierra (1607-1652). Profesó el día de San Ambrosio de 1607, y a él se encomendó durante toda su vida. Maestro de novicios, predicador, vicario de Parchilena y del monasterio de Écija, es descrito como un trabajador incansable que dormía poco y se enflaqueció de manera que solo le quedó piel y huesos. También portaba cilicios y se disciplinaba, hasta el punto que se oían sus azotes en el claustro. Le regaló Dios grandes enfermedades.
Un su ultima hora, excitaba a sus hermanos al menosprecio del mundo, les daba  observaciones para caminar en la perfección e insistía en la salvación. Recibido el viático se encomendó a los santos de su devoción, especialmente a San Ambrosio, que se le apareció, visitó e informó de su inminente muerte:

“..... consolándole con semejantes palabras a las que san Basilisco, obispo y Mártir dixo a san Iuan Chrisostomo. Comunicándolas en secreto el Siervo de Dios al Prior que era entonces, y al enfermero, refiriendo le avía consolado el Doctor Santo, diziéndole: mañana estaremos juntos”.

Cuando ya no hablaba y esperaban lo peor de manera inminente, el médico pidió que le quitasen la sayuela y le vistiesen camisa para que estuviese más cómodo. Los hermanos que le cuidaban  accedieron pensando que no pasaría de aquella misma noche, pero mientras lo hacían y cuando menos lo esperaban, habló y les dijo que perdiesen cuidado que su muerte no sería hasta la víspera de Navidad.  Y así fue, y ellos después de su muerte publicaron esta maravilla para consuelo de todos, muriendo en la fecha señalada de 1652.
Fray Alonso de Xerez (+ 1615, a los 30 años de edad). Era el procurador segundo, es decir, el encargado de asuntos económicos, especialmente el trato con los peones cuando sucedió el caso. Y vino a pasar que durante la siega, durante el mes de julio, dando vuelta a los trigos  sorprendió a los bueyes de Lucena comiendo en las gavillas del monasterio, hecho muy habitual cuando se comparten dehesas y pastos. Quiso el fraile prender los bueyes para llevarlos al corral y poderlos penar, y el mozo que los llevaba la emprendió a pedradas, con maltrato hacia el fraile. Pero luego, al punto,

 “..... el mozo fue posseido de el demonio, que se le entró en el cuerpo, y le atormentó con la furia que suele, permitiendo Díos afsí, por el mal tratamiento que hizo a su siervo y ministro de su altar: más como es amoroso Padre de clemencia, y como tal castiga, quiso su Divina misericordia, que habiéndole traído a la Iglesia del Convento, en presencia de la milagrosa Imagen de Nuestra Señora de la Luz, Patrona de el Monasterio, haziéndole algunos exorcismos, con algunas missas que dixeron los monjes por él, fue libre de enemigo malo, que duramente le aflixia.”

Quedaron los monjes contentos, y el mozo, luego que se vio sano, se fue a su lugar, “corrido y auergonzado de lo que había hecho, y afsí arrepentido, perseveró dos años, al cabo de los quales murió”. De nuevo, nos hallamos ante un milagro de advertencia, castigando Dios al mozo, por el maltrato al siervo de Dios a la vez que se da un toque de atención a esos díscolos guardas y regidores luceneros que insistentemente penaban a los ganados del monasterio en esas tierras que primero se apropió Diego de Oyón y después otorgó a los frailes como si fuera suyo.


domingo, 10 de diciembre de 2017

El toro de la vacada concejil.

El Archivo de Protocolos de Moguer vuelve a proporcionarnos un magnífico testimonio de la vida rural en Lucena con una memoria de 1 de febrero de 1764 sobre,


 “..... los vecinos de este lugar que tienen vacas y por esta razón han comprado un toro para su cubrimiento en cantidad de 270 reales, que por divizión de sujetos y desembolsos, que cada uno ha hecho para el expresado, fin son a saber:

Vecino
Vacas
Rv.
Vecino
Vacas
Rv.
Pedro Carrasco
3
9
Tomás Martín
2
6
Vicente Cardeña
3
9
Melchor Rexidor
13
39
Pedro Ramírez
1
3
Francisco Cabrera
8
21
Antonio Díaz de La Cruz
10
30
Cristóbal García
1
3
Bartolomé Carrasco
3
9
Cristóbal Rexidor
3
9
Ana Rexidor
3
9
María Bermúdez
1
3
Bartolomé Marín
4
12
Vicente Barroso
3
9
Nicolás García
1
3
Leonor Domínguez
2
6
Blas de los Reyes
5
15
Vicente Reyes
1
3
Manuel Garrochena
3
9
Francisco Toro
2
6
Juan Ramírez
10
30
Juan Caballero
1
3
Diego García
1
3
Gabriel Caballero
1
3
Manuel Cumbrera
1
3
Andrés Ruiz
3
9
Vicente Garrochena
1
3
Pedro Ojuelos
1
3



Suma Dinero y vacas
273
91

Por manera que importa la memoria de las vacas por vezinos que van expresados dozientos setenta y tres reales los mismos que han desembolsado por el toro comprado a Blas de los Reyes, para que conste, y pueda servir en adelante esta dicha memoria del Gobierno”. (Legajo 762).


Otra escritura de 22 de Febrero de ese año manifiesta la compra del toro por Diego Barrera en nombre de todos. 

jueves, 7 de diciembre de 2017

La Inmaculada Concepción de Lucena

La historia de la Inmaculada Concepción está ligada al patriarca San José, puesto que las dos imágenes fueron donadas por el Consejo de Castilla a la parroquia de Lucena procedentes del reparto de los bienes del antiguo Colegio de los Jesuitas de Trigueros en 1772 con otros enseres, como consta de inventario. Sin embargo, la entrega no tuvo lugar, según recogen los cuatro testimonios que tuvo que levantar el Escribano Público de Lucena en las cuentas de fábrica por “la turbulencia de las mujeres”, narrada más extensamente por Francisco Ramón Garrochena en 1785 para el cuestionario del geógrafo real Tomás López:


“….. fue el mayordomo de esta iglesia, que lo era Don Francisco Ruiz Tronchero, a traer dichas imágenes, acompañado de un notario, y además de gentes con carros y cajones para portearlas, y llegando a la iglesia donde estaban y queriéndolas entregar los cabildos eclesiástico y secular, como tenían mandado, se levantó un motín de casi todas las mujeres del pueblo contra la misma justicia, carreteros y carros, que les precisó con mucho trabajo salir huyendo del pueblo por la furia con que los trataban, saliendo algunos y sus bueyes lastimados, viniendo los  señores de justicia acompañando al mayordomo y los demás, hasta sacarlos del pueblo mucha distancia y ponerlos en seguridad, para después ver lo que se pudiera hacer en el caso, por no poder hacer la entrega de dichas imágenes mandadas de dar, lo que en efecto, después se hicieron diferentes juntas, viniendo algunos sujetos comisionados de aquél pueblo a éste y se determinó dar cuenta del caso a dicho señor Gobernador del Arzobispado. Y que pasaríamos por lo que su señoría determinara. Y fue que mandaría hacer  dos imágenes a su satisfacción, bien costeadas, a cuenta y costa del dicho Tigueros, que a su costa fueron colocadas en esta iglesia, con intervención de dicha señoría, con lo que quedamos todos satisfechos y agradados cada pueblo con sus imágenes”.

La fecha exacta de la colocación de la imagen, según las cuentas de fábrica, fue el año  1778, lo que quedó reflejado con su parquedad habitual, “Item veinte reales gastados en la colocación que se hizo de Nuestra Señora y San Joseph”. Sin embargo los datos que poseemos se contradicen con esta fecha. En efecto, el nicho del altar de la Pureza fue agrandado en 1775 por orden de D. Francisco Ruiz de Cabrera y Doña Antonia Carrasco y Ximénez, quienes manifestaron ante el escribano público de Lucena:

“Una imagen de la Purísima Concepción como de dos varas de alta, de la que tomó medida de su fondo, ancho y alto D. Joseph Gómez, tallista y vecino de la ciudad de Moguer, y en su virtud…… se obligó a agrandar el nicho del retablo de otra imagen pequeña del mismo misterio, para colocar la imagen grande, haciéndolo adornar, assí el nicho, como el retablo, con madera y talla, para mayor decencia, y asimismo a cuidar de los manteles y demás ornato de su altar…”.

El trabajo se hizo con la imagen manifestada ante el tallista y el escribano público, y la tasación de ambas  imágenes fue realizada por Antonio Guisado, padre del autor del altar Mayor de Lucena, en 1774 por valor de 2900 reales, por lo que la fecha de 1778 debe ser considerada como la de la consignación en cuentas.

En los inventarios de 1790 y 1866 la Inmaculada continúa ocupando el altar de la Purísima. Una adición al inventario de 1878 recoge el traslado al altar denominado Sagrario Nuevo, su emplazamiento actual, bajo la habitual formula de parquedad: Retablo pintado y dorado. La Purísisma concepción dorada y un manto…”. Desconocemos el origen de este retablo hubo de ser recortado en su parte superior previo a su colocación, y ha sido catalogado hacia el último cuarto del siglo XVIII. En el mismo sentido, la Capilla del Sagrario, fue solada, remodelada y se le colocó la reja en 1860 sin que se cite el altar, por lo que debió ser colocado entre esta fecha y 1878.

martes, 5 de diciembre de 2017

Testimonio de Vecindario en la Guerra de las Alpujarras (1568-1571)

El 15 de octubre de 1570 el Consejo, justicia y Regimiento del lugar de Lucena se obliga a pagar al tesorero del Duque de Medina Sidonia, Martín Dávila,
 
Imagen de la expulsión de los Moriscos
 sesenta y ocho mill y ochenta y nueve maravedíes de la moneda usual corriente en Castilla, los quales son por razón que le cupo de paga a este dicho Consejo de çiento y quarenta y dos vezinos a razón de a quatroçientos y setenta y nueve maravedíes y medio cada un vezino, que montan los dichos maravedíes, para pagar las ochenta lanças que su excelencia mandó en socorro del lebantamiento del reino de Granada, los quales daremos e pagaremos por el día de Todos los Santos ques primero día del mes de noviembre deste año de la fecha desta carta, puestos e pagados a nuestra propia costa e misión en la villa de San Juan del Puerto sin pleyto e sin contienda alguna....”.


No fue esta la única contribución para el levantamiento de las Alpujarras. Nueve años después, mediante un poder a Diego Martín Camacho, los regidores reclaman al Duque la devolución de los cien ducados que el Consejo y los particulares  “les servimos con ellos emprestados para las lanças y rebelión del reyno de Granada, y de las dichas petiçiones que presentare, pueda pedir e pida cumplimiento de Justiçia y serca dello saque la probiçión o probiçiones nesesarias”.


Lo interesante de estos documentos es que, pese a su carácter fiscal, viene a ofrecernos un nuevo testimonio de vecindario para el siglo XVI que se suma a los que ya poseemos por documentos diversos. En un cálculo prudencial los 142 pecheros (cabezas de familia) suponen una población de 582 habitantes utilizando un coeficiente multiplicador de 4,1 almas por vecino.







miércoles, 29 de noviembre de 2017

Novicios del Monasterio de la Luz de Parchilena.

Entre 1563 y 1680 se han conservado en el Archivo de Protocolos de Moguer 19 testamentos de frailes que profesaron en el Monasterio de la luz de Parchilena que, de seguro, fueron algunos más, puesto que el mal estado de algunos legajos nos ha impedido su consulta. El testamento se hacía una vez concluido el año de noviciado y previa petición de renunciación, para lo que se requería la presencia de testigos y del vicario de Moguer, bajo una fórmula ritual semejante a la siguiente:
 
Claustro de la Procuración.
“Considerando la brevedad de esta vida y quan sujeta está a miserias, y que todo los que mundo da y puede dar es banidad y aflisión de espíritu, he determinado, habiéndolo mucho pensado y encomendado a Nuestro Señor Dios, para más bien servir a su Divina Magestad, dexar el siglo y entrarme por religioso en esta Santa Religión del Monasterio de Nuestra señora de la Luz de Parchilena.....”   (Fray Diego de Santa María, natural de Serpa, Portugal).

La renunciación al siglo suponía el abandono de los bienes y posesiones materiales, aunque los frailes podían conservar todos, o parte de ellos, y como toda manda, mantenían la titularidad hasta su muerte, lo que les permitía cambiar o anular todo o parte de los mismos. Desde un punto de vista más práctico, los testamentos constituían una necesidad para muchas familias puesto que la mayoría de estos bienes formaban parte de las legítimas paternas o maternas, y se hallaban por partir, o administrados por curadores o familiares, lo que impedía, de facto, disponer libremente de ellos. Es frecuente, por esta causa, que aparezcan al lado de la declaración de herederos, forzosa en todo codicilo, fórmulas de donación intervivos, o de dote a doncellas, casi siempre hermanas o familiares directos, además de las habituales fórmulas de disfrute de los bienes en vida por algún pariente, y cesión posterior a otro beneficiario, o la casa de Parchilena.

No todos los postulantes conseguían superar esta fase, en la que podrían permanecer varios años, aunque no era lo habitual. Una vez ingresado en el monasterio sabemos que debía seguir rígidamente la regla, pudiendo ser castigados por su inobservancia, y dedicarse al estudio y la meditación. Las mañanas se ocupaban con el  trabajo físico y la tarde con los trabajos intelectuales, ambos compaginados, en todo momento, con la liturgia de las horas y los ritos propios de los eremitarios.

Entre la información útil que proporcionan se encuentra la procedencia de 17 de estos novicios, muy variada y diversa, con localizaciones tanto próximas, en un radio de cuarenta kilómetros, como muy lejanas, y repartidas al cincuenta por ciento entre una y otra. En propiedad, solo uno de los novicios procede de un ámbito urbano, Sevilla, aunque, este hecho no es óbice para que reconozcamos el predominio de las ricas agrociudades de la época de la mayoría de ellos (58,8 %);  La Palma del Condado (3), Moguer (2), Sevilla, Carmona, San Juan del Puerto, Sanlúcar de Barrameda y Serpa (Portugal), o villas de cierta relevancia histórica como Berlanga o Villalba del Alcor. La presencia de un lucenero entre los postulantes, constituye un problema para nosotros como veremos posteriormente.

Procedencia y bienes testamentarios de los novicios que profesaron en Parchilena entre 1563 y 1580.

Fecha
Nombre
Procedencia
Bienes inmuebles reseñados
1563
Diego Hernández
Villalba Alcor
Casa y Bodega
15 fan. de tierra calma
1568
Alonso Sánchez
NC
Legítima de su padre
1573
Juan de Palma
Carmona
Casas en La Puebla, Osuna y Morón.
Olivar en Carmona
1574
Francisco de Valencia
Berlanga (Badajoz)
Un tercio de casa por partir
Un pedazo de viña en Berlanga
3,5 fan. y dos alm. De tierra calma indivisa con hermano.
1579
Alonso Quintero
San Juan del Puerto
Legítima de su madre
1580
Guillermo de Orche
Horche (Guadalajara)
Legítima de sus padres
1584
Lorenzo de los Reies
Alameda (Castilla)
Dos pedazos de viña y otro tierra calma
1587
Luis de Alfaro
Moguer
Legítima de su padre
1593
Pedro
Hinojos
Todos sus bienes
1594
Juan Saiz
Paredes (Castilla)
Todos sus bienes
1610
Diego de Santana
Moguer
Varios tributos en metálico impuestos sobre tierras.
1 fan. de pinar a sitio Cebollar.
Otro pedazo de pinar al sitio de Angorilla en que cabrán 5000 cepas
Una casa cerca de San Francisco.
4 fan. de habas naciendo
Una huerta arrendada que traspasa
1624
José del Castillo
La Palma del Condado
Media Huerta
1 millar de viña pago del Peçon
1624
Pedro de San Andrés
Sevilla
Renuncia a las legítimas
1626
Miguel de San Juan
NC
Renuncia a las legítimas
1630
Diego de Santa María
Serpa (Portugal)
Casa de su morada en Serpa.
1638
Fray Martín
La Palma del Condado
Una casa en calle de los “cabos” ¿?
Una casa calle de San Blas
1630
Francisco Hernández Perete
Lucena del Puerto
4 yeguas
Una casa suya propia
Una casa en calle Misericordia
1640
Juan de Sanlúcar
Sanlúcar de Barrameda
Una casa indivisa con sus hermanas
7000 reales en deudas con escrituras
1671
Jerónimo de San Miguel
La Palma del Condado
40 pies de olivos sitio del Cortijo
3000 cepas sitio del Macarrón
Una casa en la calle de la plaza

El resto de la información útil tiene que ver con los legados y con la condición social de los postulantes.

Solo tres de ellos dejan como heredera universal de sus bienes a la casa, y dos más comparten los bienes con familiares, aunque, de nuevo, esto no es óbice para que reconozcan querer disponer de algunos bienes de su legítima para profesar, como hace fray Diego de Sanlúcar, o reconocen que ya han dado:

“algunas cosas a esta santa casa e conbento de Nuestra Señora de la Luz en bienes muebles y dineros, y otras cosas que le di quando tomé el habito de esta religión, es mi boluntad que lo gose este dicho conbento y todo se lo remito e mando por vía de donasión....” (Fray Diego de Santa María)

El legado a familiares, casi siempre legítimas (parte de los bienes que el testador no puede disponer porque pertenecen a herederos forzosos, en este caso hijos), se liquida en progenitores, hermanos y tíos, bien renunciando a ellas, bien distribuyéndolas entre los deudos. De esta manera los bienes permanecen en las familias y pueden disponer de ellos, pero la mayoría no quedaban libres, porque se cargan con sufragios por los testadores, o mandas de obligado cumplimiento, revirtiendo ambos beneficios en la comunidad jerónima. Así, fray Martín de la Palma otorga en su ciudad natal dos casas a su tío Antón Domínguez, que lo crio y dio estudios, pero le ordena pagar el funeral y un sufragio de 40 misas por su madre; o fray Pedro de Hinojos, que tras declarar herederos universales a Manuel Martín, su hermano, y a Juana Hoyos, su prima, carga los bienes recibidos con 18 reales de tributo anual por una vigilia y misa cantada por sus padres, abuelos, y parientes, puestos en cada un año por Santa María de Septiembre en el Monasterio. Por vía de donación fray Francisco de Valencia ordena la entrega por sus herederos de 200 reales para hacer una corona de plata a Nuestra Señora de la Luz, o Fray Miguel de San Juan, que les ordena la entrega de 300 reales “que prometió en una enfermedad que tuvo, los quales quiere que se destribuyan en cosas tocantes al culto divino” entre otros. Y podríamos continuar con otros ejemplos.

Entre estos testamentos son excepcionales, por infrecuentes, el del fray Lorenzo de los Reyes, que tras mandar bienes a un tío suyo, hace heredera universal de todos los bienes restantes a María Díaz, hija de Catalina Díaz o López, naturales de la aldea del Villar en Aracena, con la que no especifica relación, y manda 20 ducados de caudal a la madre, si fuese viuda, lo que nos hace sospechar del parentesco de filiación. Más raro es el testamento del portugués fray Diego de Santa María que declara un hijo en Lima (en realidad tenía dos), del que entiende que “está aprovechado de algunos bienes temporales” que algún día podrá disponer de ellos, por lo que manda por vía de donación la mitad de ellos a Parchilena y la otra mitad en depósito de misas y obras pías por su Alma.

En lo que respecta al estatus social de los novicios, las legítimas que se manifiestan en la mayoría de ellos no expresan la totalidad de los bienes heredados, porque uno de los progenitores está vivo, o simplemente transfieren todos los bienes y no los especifican. Estos hechos podrían inducirnos a error en su valoración global o más grave aún, ocultar los de las clases más humildes, que no aparecen relacionados porque realmente eran irrelevantes y el testamento era obligado a la renuncia de los bienes temporales. En los doce testamentos que sí es posible determinar estos bienes, por alguna circunstancia, muerte de ambos progenitores, herencia anticipada o disposición de ellos, la situación social predominante es la de pequeños propietarios no muy holgados, y cierto carácter rentista, probablemente derivado de su entrada en religión, que les impedía administrar directamente sus bienes.

Los bienes reseñados en los testamentos no son muy relevantes y permiten clasificarlos mayoritariamente en el perfil de los pequeños labradores y perentrines, propietarios de casas, pequeñas hazas de viña y olivar, y algunas huertas. Entre ellos, tal vez debamos destacar a carmonense Juan de Palma que declara “las casas” que fueron de su abuelo en Osuna, Morón y la Puebla (entendemos de Cazalla), y un olivar, o al moguereño Diego de Santana, que dona al monasterio varios tributos en metálico, una fanega de pinar en el Cebollar, otro pinar al sitio de la Algorilla en que caben 5000 cepas, una casa en Moguer en la calle del convento de San Francisco, cuatro fanegas de habas y un huerto, este último alquilado y  traspasado por un tributo de 10 ducados anuales. En el extremo contrario, Fray José del Castillo solo declara medio millar de viña y una huerta, aunque en paralelo ordena numerosas mandas en su testamento cuyo coste superaba el valor de estos bienes.

Solo tres propietarios parece que derivan capitales de otras procedencias. El Sanluqueño fray Juan, sin especificar los bienes muebles y semoviente que posee, y declarando una casa indivisa con sus hermanas, manifiesta 7000 reales de donación en metálico que dice que provienen de “cuentas y tratos” de su padre con vecinos de Sanlúcar y Sevilla. Obviamente, estos tratos solo pueden ser comerciales. El lucenero Francisco Hernández Perete reseña dos casas y cuatro yeguas en su primer testamento, que alquila para las trillas, mientras que fray Martín de la Palma recoge sólo la propiedad de dos casas, una de las cuales ofrece en opción de compra al licenciado don Gabriel, “por lo mucho que ha hecho en componer los negocios de mi padre”.

Del resto de la información de los testamentos solo podemos añadir que algunos de ellos eran familiares de otros frailes. Es el caso de fray Lorenzo de los Reyes, sobrino de Fray Juan de la Alameda (+1602), profeso en la Luz, con 48 años de hábito, cuatro veces prior de esta casa, que realizó una gran labor espiritual y material reedificando uno de los molinos del Tinto, levantó los pilares de la cañería de abastecimiento de aguas desde una larga distancia, pintó el retablo del Altar Mayor e hizo dos imágenes de escultura de san Jerónimo y la Asunción, que están incluidos en él (Padre Sigüenza, 1595-1605, pág. 658) y aparecen en el inventario de la exclaustración. El segundo es Diego Hernández, sobrino de fray Juan de Santa María, propietario de los bienes que acaba legando el novicio, que recibió primero su padre, para su disfrute, y después él, con sus cargas y condenaciones, y probablemente para profesar. No obstante, la falta de informaciones de los primeros años, tal vez oculte más parentescos, puesto que sospechosamente tenemos constancia, por otras fuentes, de un fraile de Berlanga llamado Jerónimo de Santa Ana, como Francisco de Valencia, y otros de la Palma o Villalba.

Claustro Grande.
La información de estos novicios no se agota aquí. Conocida la procedencia y, a veces, el nombre con el que profesaron, no nos ha costado muncho localizarlos en la obra del padre Sigüenza.

El novicio Fray Pedro (+1631), natural de Hinojos,  profesó en 1592 con el nombre de Fray Pedro de Santa María, un año antes de tomar los hábitos. Sirvió a la comunidad por 39 años y fue oficial de barbero muy diestro, además de manejarse bien en el horno y en la bodega. Aunque era lego, alcanzó el grado de procurador mayor, y entre sus virtudes, el padre Sigüenza, manifiesta la de la paciencia con los criados:

“dábales lo que avían meneseter, y era de estilo para su sustento, y mal contentadizos, se descomponían en su presencia, perdiéndole el respeto con descortesías y enfados, arrojando en el suelo lo que él les daba, y aunque veía tal descaro y atrevimiento, no hablaba palabra contra ellos, abrazándose con el sufrimiento y silencio, volvíase a Dios, y a su Madre Santísima, a quién las encomendaba y afsí se vencía y los vencía......” (ibídem, 641)

Fray Diego de Santa María (1644), lego natural de Serpa, tomó el hábito a la edad de 60 años, viudo y con dos hijos, que fueron también religiosos, uno Jerónimo, fray Manuel de San Jerónimo, y otro Jesuita, este último, probablemente el indiano porque el primero hizo carrera en el monasterio de Salamanca. Dice de él el padre Sigüenza que hacia muchas penitencias y castigaba su cuerpo “como si fuera mozo” hasta hacer sangre, y practicaba la abstinencia no comiendo nunca carne. Había sido criado del duque de Bejar y “tirador de vuelo”, es decir, cazador, y aunque esta cualidad la silencia el padre Sigüenza, practicó su afición en la Parchilena, legando a la comunidad su escopeta de caza y su perro perdiguero, para que se  sirviesen de ellos. Se preciaba de ser pobre, remendando su propio vestuario con “cañizos de las secretas”.

Fue trasladado por los achaques de su edad a San Jerónimo de Sevilla, pero su añoranza le hizo retornar, muriendo a los 75 años de edad, con 15 de hábito y sin saber leer, ni haber leído nunca.

Juan de Palma profesó con el nombre de Fray Juan Bautista de Carmona. Es descrito como varón de gran silencio y recogimiento, dotado de gran prudencia y virtudes que lo elevaron a maestro de novicios. Hacía penitencias, ayunos, disciplinas y silicios que procuraba ocultar para que no lo siguieran sus discípulos. Vivió 40 años en Parchilena, estando presente aún en 1614 en una de las escrituras, ocupando el cargo de Vicario.

Fray Pedro de San José (+1642), natural de Sevilla, profesó en 1624, aunque en la escritura de testamento aparece por error como Fray Pedro de San Andrés. Ejerció de enfermero y era conocido como Pedro Pobre, por su virtud; vestía siempre sayuela, y dormía sobre una piel curtida sobre el suelo con una manta y un madero por almohada. También dormía sobre romero y ramas cuando iba a la granja, situada a tres leguas en los baldíos (¿Huerta de Moriana?).

Ayunaba pan y agua en Adviento y Cuaresma, tres días por semana, y todas las vísperas de Nuestra Señora y Apóstoles, y “en otros días de ayuno solo comía yerbas y potajes, sin otro manjar, salvo que alguna vez por gran regalo comía un pedazo de pan frito. Jamás comía vino.”

Pasaba muchas horas de oración en celda y coro, y excusaba cualquier familiaridad con seglares, pero era conocida su caridad con criados y enfermos, a los que regalaba dulces, cuando salía del Monasterio, y curas. No se le vio nunca cosa alguna que oliese a lascivia y “se tuvo por cierto fue virgen”.

Ejerció cargos económicos y por ello fue enviado a la costa para la provisión de pescado; volvió dolorido y lleno de achaques, renunciando al voto activo y pasivo, y murió en su celda de dolor de costado.

El Lucenero Francisco Hernández Perete, único novicio local conocido (a expensas de lo que pueda proporcionar la investigación sobre el prior fray Juan de Lucena) hizo su testamento en 1630, cuando ya tenía cierta edad. Podría tratarse del mismo individuo que requiere la presencia de la justicia por una pelea conyugal en 1571, casado entonces con Águeda Suárez, al que hemos dedicado una de las entradas de este mes.

No obstante, habría tenido una vida muy longeva, puesto que elabora dos testamentos más en 1646 y 1647, y entre ambas fechas extremas distan 76 años. Suponiendo que se hubiese casado entre los veinte y los dieciseis años, podría haber alcanzado los 96  años de edad, y la verdad es que coinciden el nombre y la casa de residencia, aunque también podría tratarse de un hijo que no tenemos referenciado, e incluso alguno de los hijos de su mujer, que aparecen citados en la escritura a que hemos hecho referencia. No cabe la posibilidad de que los testadores sean distintas personas (familiares) porque los codicilos reseñan los mismos bienes.

Profesó seguro en la fecha de referencia y ordenó ser enterrado en Parchilena, con el resto de sus hermanos, pero en 1646 cambia el testamento y pide enterrarse en la Iglesia de Lucena, hace heredera a su alma, y no hace ninguna alusión a la Luz, lo que resulta muy extraño para un fraile que no se aparta del claustro. El tercer testamento realiza aún más mandas en dineros, pero prácticamente deja invariable las cláusulas de los anteriores, y sigue sin citar al Monasterio. ¿Abandono el monasterio el fraile Perete?, o, simplemente, ¿decidió enterrarse en Lucena?. Eso, por ahora, no lo sabremos.