viernes, 29 de julio de 2016

El Nombramiento de Alcaide del castillo del Bosque

A pesar de las dudas y del desconocimiento general que poseemos sobre el tema que nos ocupa, es incuestionable la existencia de la fortaleza de El Bosque y su localización en las tierras de su excelencia, la heredad y Bosque de Millares. Las referencias son escasas a pesar de que la primera mención se encuentra en las ordenanzas de 1504 respecto al pago de impuestos para su mantenimiento: 

“4. Otrosí, porque es menester para las dichas fortalezas y sus reparos cal y teja y ladrillo, mando que todo el diezmo que oviere en toda mi tierra sea para las dichas fortalezas. Combiene a saber, cada lugar que tubiere fortaleza sea el dicho diezmo para ella, e el lugar que no tubiere fortaleza, sea el dicho diezmo para la más sercana fortaleza que del tal lugar oviere. Conviene a saber, en la manera siguiente: a la fortaleza de Niebla ha de dar diezmo Almonte y Bollullos y Rociana e Veas y Valverde e Lucena y Bonares para el Bosque. Villarrasa para sí. Trigueros a su misma fortaleza......”

Conocemos también varios nombramientos de Alcaides, muy posteriores a esta primera época, y las referencias a su catalogación como Bien del Interés Cultural. Nada se añade de la existencia de la fortaleza en las descripciones que se hacen de la finca en los contratos de compra originales, ni en los contratos de arrendamientos de la heredad posteriores, ni tenemos referencias en los gastos de la casa ducal a su mantenimiento.
Tampoco conocemos, ni parece probable, la existencia previa de alguna construcción militar anterior a la adquisición de la heredad en 1488 por el duque Enrique, IV Conde de Niebla, y el último de sus moradores, a pesar de la constatación de algunas torres próximas. La única hipótesis que podemos manejar al respecto, sin ningún tipo de refrendo documental más allá de la alusión de las ordenanzas, es que la fortaleza fuese construida, remozada o reutilizada por este duque a fines del siglo XV cuando fue reconstruido el castillo de Niebla y adquirida la propia heredad.
La localización de la estructura sobre una loma desde la que se domina ampliamente el embarcadero relaciona la atalaya con el río Tinto y tal vez la piratería, como el castillo  de San Fernando de Moguer, el de Palos o las torres almenaras de la costa. Perdida esta función a lo largo del siglo XVI, la escasa información aportada por los nombramientos de alcaides, nos hizo suponer incluso un cierto carácter honorífico del cargo y la ruina del bastión, del que suponíamos habría demolido y reutilizado en las nuevas funciones de la casa grande del Bosque.
El nombramiento del Alcaide del Capitán don Juan Pinto Domonte viene a contradecir todos estos datos y aporta luz en un nuevo contexto de necesidades militares:

“En el lugar de Lusena del Puerto en onse días del mes de mayo de mil y seis y sinquenta y un años, el Capitán don Juan Pinto Domonte, natural y vecino  de la villa de Almonte, en presencia de don Gabriel Domonte y Montoya, vecino della, por ante  mi Pedro García, escribano público y del cavildo de dicho lugar, dixo que como consta de una provisión que resivió firmada del Excmo. Don Gaspar Alonso Pérez de Guzmán El Bueno, noveno duque de Medina Sidonia, y quinceno Conde de Niebla, de las sinco villas, de Huelva y su tierra y partido, Gentil Hombre de la Cámara de su Magestad, y sellada con el sello de sus armas, y refrendada de don Cipriano de la Queva y Aldana, Caballero de la orden de Calatrava, su secretario, su firma en Valladolid a veinte y uno de abril deste año. Su excelencia le hizo merced de nombrarle por Alcayde del castillo de este lugar, con voz y voto en su cavildo, y otras preminensias concedidas en la dicha provisión y título, y porque en ella se manda, que aviendo hecho juramento y hecho omenaje, según que se acostumbra, se le entreguen las llaves, peltrechos y municiones del dicho castillo. Y para que lo referido tenga efecto, lo quiere hacer poniéndolo en efecto estando delante del dicho don Gabriel Domonte, hincada una rodilla en el suelo, y teniendo las manos una junta con otra, las puso entre las manos del dicho don Gabriel Domonte, caballero hijodalgo, y dijo que hasía juramento y prestó homenaje, una, dos y tres veces según fuero de España como Caballero Hijodalgo de tener y que terna la dicha fortaleza para su excelencia el dicho Duque mi señor, y como su alcayde  la guardará y defenderá, assi en guerra como en pas, en servisio de su Magestad el rrey, nuestro señor, y la entregará y la volverá a su excelensia y a quién le fuere mandado y se recoxera en ella, y no la retendrá socor(r)os de gastos, ni provisiones, ni vestimentos que en ella y para ella obieran fecho, ni por otra causa alguna y pondrá y tendrá en ella toda la custodia y cuidado que debe poner y tener un bueno y leal caballero alcayde, so pena de traysión y alebosía, y de las otras penas establesidas contra los alcaydes que quebrantan su fee y pleito, homenaje y la fidelidad debida a sus reyes y superiores naturales. Y  lo firmaron de sus nombres los dichos don Gabriel y don Juan Pinto, a quién doy fe como yo el escribano y el dicho don Juan Pinto lo pidió por testimonio, siendo testigos  Juan Ruiz Bar(r)ientos, Familiar del Santo Ofisio, escribano de cabildo y público de la villa de Almonte, y Joseph Ximénez, escribano de Cabildo y Público de la villa de Trigueros y el capitán Juan del Alamo, regidor, y el Licenciado Francisco Juan de Cárdenas, cura, vecinos de este lugar”

Sin entrar en el arcaísmo ritual del juramento y del homenaje, la entrega de llaves, pertrechos y municiones demuestra en 1651 no sólo la existencia misma del castillo, también su conservación y su revalorización en el contexto de la guerra con Portugal (1640-1668). Los once años de guerra transcurridos desde el inicio de las hostilidades habían proporcionado varios sustos en una provincia abandonada en manos de sus escasas defensas y unas milicias locales desentrenadas y peor pertrechadas. La reactivación de los privilegios dados a los caballeros de cuantía, los pechos continuados (impuestos) y los repartos mensuales de soldados para la frontera, anotados en los libro capitulares, poco podían hacer ante la llegada de enemigos numerosos, entrenados y bien armados. Las defensas, por malas o pequeñas que fuesen, jugaban un papel fundamental en el sostenimiento del territorio y en el alojamiento y socorro que podían proporcionar a las poblaciones y a las propias fuerzas militares en caso de necesidad.
Sobre el terreno nada se aprecia hoy de la existencia de la fortaleza del Bosque, ni tan siquiera los habituales tejares que localizan tantos yacimientos arqueológicos. Probablemente se tratase de alguna estructura de tapial y refuerzo de ladrillo, tal vez con cimentación de mezcla de piedra y argamasa habituales de la época, cuyos escasos restos útiles fueron reutilizados en las construcciones de la finca en épocas posteriores. Nada sabemos aún al respecto. El tiempo, la documentación o la arqueología tal vez nos deparen aún algunas sorpresas al respecto y nos proporciones nuevas informaciones.



sábado, 23 de julio de 2016

El capital indiano de los Mocho.

Teresa Rodríguez Mocho y Antón Suárez se casaron el 18 de noviembre de 1596, otorgando nueves  meses después la correspondiente escritura de dote por valor de 150.351 maravedíes (4.422 reales y 3 maravedíes). Obviamente, con estas cantidades, formaban parte de la clase acomodada de la localidad recibiendo por dote 3 bueyes domados, 2 bacas, 2 burras, una casa en la calle que sale a Niebla “que se dice el molino viejo”, esquina con San Salvador, y 2500 cepas de viña, además de 1600 reales en ajuar. Enviudó antes de 1624, heredando de su marido una deuda de 7 carretadas de carbón que le costaron 252 reales.
Real de a ocho 
Ya viuda, entre 1624 y 1629 casó a dos de sus hijas, María Suárez de Estrada y Leonor de Estrada (+ 1643) otorgando dote a la primera por valor de 93.939 maravedíes (2762 reales y 31 maravedíes) y promesa de dote con ganado, casa, la de su morada, y viña, a la segunda, y más de 1000 reales en ajuar.
En la dote de María, otorgada en Lucena, la otra se otorgó en Trigueros y no la tenemos, llama la atención la presencia de dos anillos de oro, unos sarcillos de plata con piedras, un agnus deis de plata sobredorada, y una gargantilla de oro con tres piedras, valoradas en 89 reales, poco habituales en los protocolos locales, además de abundante ropa de vestir.
En Septiembre de 1635, Teresa, la matriarca de la familia otorga dos nuevas escrituras, esta vez de poder, comisionando primero a su primo Sebastián Rodríguez mocho, y a la postre a Juan Rodríguez Mocho, su hijo, y a Juan Riquelme de Quirós, vecino de Trigueros, para que puedan cobrar del padre Fabián López, Procurador General de la Compañía de Jesús en Indias, y de Alberto Coberte y Pedro de Saldias (¿Zaldivia?), vecinos de Sevilla:

“... dos mil y quinientos pesos de plata que paran en su poder y me pertenesen por abérmelos enbiado de las Yndias Pedro Rodríguez Mocho, mi hermano, que murió en ellas en la siudad de Arequipa...”

Este sólido capital, se supone que reales de a ocho americanos, unos 20.000 reales además del propio, fue rápidamente empleado en la mejora de las dotes de tres de sus hijos, Juan, Leonor y Pedro en tres escrituras sucesivas de 1637. En el caso de los varones, que no se citan como escrituras de arras o de mejoras, las dotes adquieren la peculiaridad que la otorgante entrega los bienes al hijo, que a su vez los entrega a su esposa.  Juan Mocho manifiesta “los bienes que resivo e llevo a poder de la dicha Ana Díaz, mi mujer”, mientras su mujer reconoce “... que es berdad que el dicho Juan Mocho, mi marido, trae a mi poder todos los dichos bienes...”. Por su parte, Pedro Mocho dice que recibe de “Teresa Rodríguez, madre, viuda del dicho Antón Suárez, por quenta de mi legítima que me toca y he de aber de los dichos mis padres, los bienes que aquí van declarados.... y me obligo a tener por bienes de mi legítima y que los llevo a poder de María de la Concepción, mi mujer, con quién estoy casado”
Por lo demás, la estructura de las tres escrituras es distinta. Juan Rodríguez Mocho (+ 1643) recibe la suma de 250 ducados (2750 reales) en grano, trigo, cebada y centeno, y sobre todo ganado, dos bueyes, tres vacas paridas con sus crías, una vaca horra, una becerra y un caballo, y diez ducados en dineros. Y por vía de mejora, “y en la forma que mejor aya lugar de derecho, ochenta ducados que acaban elevando el valor de lo recibido a 330 ducados (3.630 reales). Unos días más tarde, su mujer realiza inventario también sus bienes en presencia del Alcalde Ordinario para que en todo tiempo se sepa que trae, alcanzando la cifra de 71.685 maravedíes, (2.108 reales y 13 maravedíes).
La escritura de Pedro Mocho, casado con María de la Concepción es más modesta, 1306 reales en  medio cahiz de trigo y siete fanegas de cebada, dos bueyes y dos vacas preñadas y una vaca con su becerro.
Sin embargo, esta es sólo una verdad a medias. El inventario de sus bienes realizado a su muerte recoge otra escritura otorgada el 28 de enero de 1636 de los bienes que le entrega su madre a “cuenta de la legítima”, no inventariados anteriormente por lo que puede deducirse, por valor de 60.259 maravedíes (1772 reales y 11 maravedíes). Aunque el final de la página está roto y no puede leerse entero, se incluyen los siguientes bienes:

Un vestido negro que costó veinticuatro ducados.
Un jubón embutido negro en seis ducados.
Una medias negras en un ducado.
Unas ligas que costaron un ducado.
Unos zapatos de cordobán de un ducado.
Un sombrero en 14 reales.
Una saya en seis ducados.
Un jubón de mujer en seis ducados.
Unos chapines de mujer en 1 ducado.
Dos pares de zapatillas de mujer.... (roto)
Un anillo de oro en treinta reales.
Espejos y cintas para mujer (8 reales).
Dos tocas de mujer en ocho reales.
Seis fanegas de trigo en nueve ducados.
Un buey en once ducados.
Una v(aca en 55 reales)
Un re..... (en 36 reales).
Un.... (en 13 reales).
..... (en 100 reales).
“Setenta ducados en reales de contado que agora resibe en presensia de mí, el escribano público”

Son los tres tipos de bienes habituales, para la hacienda, dinero en metálico, y vestuario femenino, en este caso de calidad, el aspecto externo de la nueva posición social de los Mocho, y no sabemos, si alguna urgencia económica por las semillas y los animales.
Finalmente, la escritura de Leonor también explicita la nueva posición social: “.... al tiempo y quando me casé con Leonor Díaz, mi legítima mujer, hija de Antón Suáres de Estrada y Teresa Rodríguez, su padres, la dicha Teresa Rodríguez me dio en dote y casamiento con la dicha Leonor Díaz, mi mujer, la dote y bienes que por la dicha carta de dote paresiere, y agora me quiere dar algunos bienes más para que también sean su propio dote y capital y los bienes que resivo ban apresiados....”. Le otorgan 59 ducados en dinero, medio cahiz de trigo y medio de cebada, dos bueyes y dos vacas preñadas y una horra. En total 1933 reales.
El monto total de las cuatro escrituras alcanza la cifra de 8.641 reales, (785 ducados y 6 maravedíes), una pequeña fortuna que estiró bien la herencia para todos los deudos locales y otorgó nuevas posibilidades a todos ellos.
La matriarca, Teresa Mocha, como era conocida y se cita en las fuentes, nos consta que adquirió ganado cabrío y aparece en varias escrituras de compraventa de trigo y cebada a partir de 1636, un hecho casi obligado para muchas viudas que tenían que avalar las operaciones de sus hijos “menores”.  Después de esta fecha, 1637-1639 fue de las pocas mujeres que tuvo capital y energías para dedicarse al carbón, convirtiéndose en una pionera que traficaba y otorgaba escrituras por su cuenta, si bien con pequeñas cantidades. Su hermano Sebastián Rodríguez Mocho, vecino de Niebla, tal vez la avalara, o heredara el negocio, ya que su actividad es posterior a la de Teresa.
Sus dos hijos varones, Pedro y Juan, también se dedicaron al tráfico. Pedro Mocho murió en Indias, antes de 1651, fecha de su inventario de partición de bienes y según el testamento de su sobrina. En la carrera de Indias, no debió tener micha suerte.
Juan Mocho se convirtió en uno de los comerciantes de río de nuestro pueblo con cuentas en su testamento con varios vecinos de Moguer de cebada, bacalao, y trigo. No se dedicó al comercio de carbón, aunque si a la fábrica, lo que no deja de constituir también una rareza en nuestra localidad.



sábado, 16 de julio de 2016

Lobos

En el término de Lucena del Puerto hemos rastreado al menos tres topónimos relacionados con el lobo. Dos son muy conocidos y actuales, el carril de los Lobos y los pinos de la lobera, y el tercero se ha perdido, el denominado “Poso de la lobera”,  todos ellos en los límites de los Propios y muy próximos a la localidad. La enorme superficie de terrenos baldíos de la villa de Niebla, que abarcaron históricamente desde el término de Moguer al de Rociana,  rodeados también de baldíos de Moguer y de Almonte, en lo que hoy es el territorio de Doñana, conformaban desde la edad media un vasto desierto de población en el que sólo se aventuraban pastores y carboneros. Desde la cañada real que unía Moguer y Almonte, cuya denominación local es el carril de Lobos, sólo salían dos cordeles hacia el sur, la cañada del Loro, que atravesaba el término de norte a sur, y la Rigeta, que desde Santa Catalina se dirigía a Almonte y Sanlúcar de Barrameda y conectaba con Moguer a través del otra vereda o la propia vía principal.
Camada de Lobos

“...y en todo lo demás hacia todo el sur, no hay población alguna, porque todo el terreno se compone se tierra arenosa y monte bajo, hasta que se va a dar desde aquí por lo más cerca, con el mar, distante tres leguas, y después, playa arriba, se va a dar al sitio de Sanlúcar de Barrameda que viene de Sevilla y entra por ahí en el dicho mar, y distante deste pueblo como trece leguas.”.

Las numerosas descripciones que poseemos de esta zona durante la edad moderna dibujan un territorio agreste poblado de alcornoques, acebuches y madroños, moteados de pinos. La topografía ofrece pocos recovecos, aunque la zona de los cabezos se muestra tortuosa en detalle, y los torrentes y arroyos tienden a desdibujar la unidad  de las tierras al aislar pequeños valles ocupados por abundante vegetación de ribera. La documentación más antigua del Archivo Municipal, del siglo XVI, alude a esta zona de transición hacia “las arenas” como bosque poblado de “lantisco e blanquilla, retama y bermejuela, y labiernago, y murta”, especies arbustivas que aprovechan los vecinos para leña y carbón, sin sacar cepa, ni árbol. Más al sur, en el llano,

“hasta la dicha playa es todo monte poblado de matas que llaman jaguarzos, jaras, brezos, labiérnago, escobón, aulaga, algunos madroños y lentisco, multineras, que es arrayán, en cuyos montes hay algunos alcornoques salteados y pinos, y cerca del mar muchas matas que llaman tábega y sabina. También hay en dichos montes, en muchas partes, romero”.

La presión sobre el medio de las actividades humanas parece que era escasa, tanto por el déficit de población, como por el carácter del utillaje, que provocaban que al poco tiempo todo se poblara de hierbas y arbustos que debían alcanzar un porte alto y cerrado. La inexistencia de casas de campo, la lejanía y la presencia de presas de caza hacían de la zona el hogar idóneo para numerosos lobos, que detectamos porque los cabildos le daban caza y pagaban por ello.
Los pagos a los cazadores son habituales en los archivos locales desde su origen, siguiendo prácticas ancestrales, según se cree, pero había años en que las alimañas se multiplicaban especialmente. En 1607, el Cabildo de Lucena informa que en el término y las dehesas del lugar andan cantidad de lobos que hacen daño a los ganados, acordándose que,

“cualquier persona que matase en este término y mitaçión de este lugar se le den y libren de los propios de este Consejo por cada un pellejo de lobo, tres ducados, y mandaron que se apregone....”.

El precio no era nada despreciable, alcanzando el jornal de ocho días de trabajo, lo que hacía muy atractivo el descubrimiento de camadas. No obstante, no debieron ser muy efectivos los premios, puesto que seis años después, 1613, se contrata a una cuadrilla de ceperos de Zalamea para el mismo fin:

“Mandaron y acordaron por quanto en esta tierra ai muchos lobos en las arenas, término y valdíos de la villa de Niebla, i hazen mucho daño a los ganados de los vexinos deste lugar e Juan García, vezino de salamea, sepero, se a conçertado con este cabildo de que armará los sepos que él i sus compañeros traen...... está convenido e conçertado de que por cada un lobo que el dicho Juan García i sus compañeros vezinos de çalamea tomaren e materen con sus çepos en todas las arenas, término de la villa de Niebla, de río Tinto a la salida de las arenas, se le de un ducado, el qual ducado dixeron e mandaron se le de de los propios deste cabildo, por el día de Santa María de Agosto deste presente año”.

Una prueba más de la numerosa presencia son las camadas aprendidas en 1575.  En el mes de mayo Bartolomé Pérez, vecino de Almonte, y Alonso Domínguez, tal vez de Lucena, tomaron cuatro camadas de lobos e hicieron presentación de ellos, “pagándoseles en aviendo dinero”. Tampoco se le pagó otra camada a Alonso González, vecino de Beas, comprometiéndose el Cabildo a llevar el dinero a María García. Y en el mes de junio un hombre que dijo llamarse Antón Domínguez, vecino de Valverde, trajo dos lobos que “no se le pagó porque no ay dineros”.

Estos apuros económicos, que eran los habituales de los Cabildos, azuzaron el ingenio de los habitantes de la zona que pronto buscaron remedio. Había otras formas de cobrar y ésta era práctica habitual entre particulares. En 1639 Alonso Díaz y Gonzalo Vivas otorgan 14 ducados a Antón Domínguez Alpizar, vecino de Bonares, a cambio de una “libransa del Consejo de la villa de Almonte que le dieron por siertos lobos que mató y para que pudiere sacar sepa en los montes de la dicha villa a ocho reales la carretada”, lo que equivalía a la nada despreciable cantidad de 19 carretas y 5 costales.
Las últimas referencias a lobos cazados proceden de la década de los sesenta del siglo XIX, pero dada la falta de originales por la pérdida del archivo en la segunda mitad del siglo, mucho nos tememos que continuaron hasta pleno siglo XX.  El último lobo en la comarca se cazó en la década de los sesenta en el corazón de Doñana.



El hijo de la esclava.

Los libros de bautismo de la Parroquia de San Vicente Mártir registran durante la segunda mitad del siglo XVI un relativamente elevado volumen de ilegítimos (5,3 por ciento de los nacimientos), una parte de ellos hijos de esclavas que constituyen el 1,7 por ciento de los nacidos. Este hecho, en coincidencia con otros estudios, nos permitió acercarnos al fenómeno de la esclavitud en el Antiguo Régimen y acotar  temporalmente el mismo en estas fechas, puesto que los nacimientos esclavos desaparecen prácticamente a partir de 1589, registrando posteriormente dos solitarios alumbramientos de parejas con al menos uno de los cónyuges sujeto a servidumbre.
Cuerda de escalvos.
Ilegitimidad y esclavitud son un fenómeno conectados  por la condición legal de las madres que otorga la propiedad al dueño de la esclava. El nacido era considerado a los efectos legales como un semoviente, una bestia de carga o arada, al que se puede y debe hacer producir. Los reconocimientos de paternidad en los archivos locales son inusuales, y más aún la de un hijo esclavo, como el caso que nos ocupa. El 4 de enero de 1576 Diego Hernández, Alcalde Ordinario y comerciante de carbón,  y Catalina Núñez, su esposa, firman el contrato de venta y ahorramiento de Francisco, el mismo día en que él realiza su testamento, declarando lo siguiente:

“por quanto nosotros tenemos un niño esclavo de color mulato, que a por nombre Francisco, hijo de María, nuestra esclava, de edad de ocho o nueve meses, poco más o menos, el qual es nuestro y nos perteneçe por justo e derecho título. E por quanto vos, Francisco Bázquez, portugués, vecino del dicho lugar de Luçena, que estays presente, desís que es vuestro hijo y lo queréis libertar, por tanto de la mejor vía e forma que en derecho a lugar desimos, de común acuerdo y conformidad, que libertamos al dicho Francisco, nuestro esclavo, y achoramos de toda susesión, (causa e derecho) para que, en siendo de edad, disponga de su persona a su boluntad, y pueda hazer y ordenar su testamento, y todo lo demás que contenga esto por razón de la dicha libertad. Vos el dicho Francisco Bázquez nos disteis e pagastes por el dicho Francisco, mulato, treiynta y dos ducados en reales de plata castellanos, que suman y montan onçe mill y nobezientos y setenta y ocho maravedíes de la moneda usual corriente en castilla, de los quales nos tenemos de bos por bien contentos.....”

El caso resulta más extraño en tanto en cuanto el propietario en su testamento confiesa que tiene “una quenta con mis hermanos de quando bendí a María esclava en que está sentada por memoria, y a ella me refiero, y cinquenta ducados que se abían de pagar de tributo de la dicha esclava”. La premura en la venta y ahorramiento del pequeño podría derivar de la venta de la madre, pero en el contrato Diego Hernández se obliga a que lo criará la dicha María, su madre, nuestra esclaba, un año cumplido desde el día en que nasçió hasta cumplido el dicho año, y dos meses más si fuere menester darle el pecho todo este tiempo”, por lo que debe tratarse de otra esclava, que no nos consta, o realmente se trata de un empeño de la misma, dada a tributo a cambio de una deuda. No obstante, el empleo del pasado en el documento parece que nos inclina hacia la primera opción. Cabe la posibilidad que fuera adquirida también por su compañero aunque no consta contrato por alguna circunstancia que se nos escapa.
Tampoco tenemos muchas más referencias del alumbramiento y de los padres. El exhaustivo Archivo Parroquial registra el 24 de abril de 1575 el  sospechoso bautizo de un niño esclavo llamado Francisco, hijo de María esclava de Diego Ruiz, que con una alta probabilidad podría tratarse de un error del párroco o que el propietario fuese conocido por la doble denominación y que a veces utilizase el nombre propio o el de su familia, también relativamente usual en la época.
El padre por su parte, portugués, aunque aparece naturalizado, no tiene referencias locales. Un año antes lo encontramos negociando y vendiendo  17 carretadas de carbón a un vecino de Lucena en el vado y parece relacionado con otros portugueses y con los comerciantes del río de la ciudad de Moguer. Por un poder fechado el 16 de enero de 1575, doce días después de la compra de su hijo, sabemos que podía estar casado puesto que otorga poder a su suegro, Gonzalo Yánez, vecino de la ciudad de Moguer para que en su nombre cobre deudas en Moguer, Lucena y Niebla  de “mucha cantidad de  ropas que me bendió”,  pan, trigo, cebada y joyas, y pueda vender sus bienes muebles e inmuebles. Y aunque la mayoría de estos poderes son genéricos y otorgan ambas cosas indistintamente, fueran o no necesarias, se nos antoja que el elevado valor del niño, 352 reales, requirió de numerario para la compra y provocó cierta premura en el padre. El valor del esclavo se encuentra por encima del precio de mercado  de un niño de estas características en el mercado de Ayamonte (González Díaz, Antonio Manuel, 1996, pág. 52) y la vida de un niño de pecho, con los niveles de mortalidad del siglo XVI, valía muy poco, y mucho menos alejado de la protección materna. La acción del padre, perfectamente comprensible, puede calificarse de un acto de fe puesto que más de la mitad de los párvulos no superaba siquiera el primer año de vida. La esperanza de vida de un pequeño esclavo debía ser aún menor a tenor de los datos que barajamos.
Nada sabemos, por el momento, que ocurrió con los protagonistas con posterioridad a esta escritura.